Se acaba de presentar en Madrid la campaña publicitaria de Freixenet para las próximas fiestas navideñas. El clásico anuncio protagonizado por actores, cantantes o modelos, es sustituido por otros del director italoamericano Martin Scorsese, rodados en la capital del mundo, Nueva York. Según dicen, los directivos de la empresa catalana le han impuesto que no ruede escenas violentas, lo cual parece razonable, pues conociendo a este director no sería de extrañar que las gachís aburbujadas guardasen un revólver en el escote, junto al décimo de lotería. Sería apoteósico que Freixenet se enfrentase a su máxima competidora, Codorníu, contrarrestando su bucólica imagen de los fuegos artificiales en el castillo de Peralada con la contundencia del fuego cruzado entre burbujas en pleno corazón del Bronx.
Pero me temo que la máxima licencia que se permita pueda consistir en que el chico de la gorra nos dispare con el corcho de la botella en un ojo. Aun así, este director es el ideal para rodar anuncios de fechas tan familiares. Nadie como él ha trasladado al celuloide las tensiones que se viven en las familias por antonomasia: las de la mafia. No debemos olvidar que la navidad suele ser la culminación de un año de trifulcas porque la gente, en el fondo, no se puede ni ver. A pesar de ello, cuando el Corte Inglés inaugura en octubre las fiestas tú empiezas a patearte las tiendas, mientras te preguntas dónde hará las compras navideñas Zapatero, para atreverse a decirnos que la cosa de los dineros nos va muy bien. Hasta que una tarde de sábado, la visa te dice que ya no puede más, y acabas en una tienda de otra mafia, la china, comprando los regalos de la suegra y de otros familiares de similares afectos. Allí es donde constatas que este año los Reyes Magos sí que van a venir de Oriente.
Por fin, tras dos meses de agonía, llegan tan entrañables fechas en que nos acordamos con tristeza de quienes se marcharon. Y la suegra, a lo suyo, pretendiendo que tú también engroses esa nómina de difuntos, ofreciéndote unos huevos rellenos de nunca has sabido qué. Los papás, a su vez, se cruzan dardos envenenados presumiendo de las notas de sus niños, mientras chupan afanosamente cabezas de langostinos. Progenitores que son, sin duda, el mejor exponente del hampa. Pero no del inmortalizado tantas veces por Scorsese, sino de las asociaciones de madres y padres de alumnos víctimas del nuevo sistema educativo, de ahí la hache.
Al menos me consuelo pensando que este tierno retablo familiar debe de ser internacional, incluido el pobre cuñado basculándose una botella de cava o de garrafón, lo importante es olvidar. Seguramente sólo nos diferenciaremos en que, mientras en Alemania escuchan a Peter Alexander cantando Stille Nacht o en Estados Unidos a Frank Sinatra entonando White Christmas, aquí optamos por los peces en el río de Manolo Escobar. Pero lo importante es que, una vez más, volveremos a brindar porque el año que viene podamos seguir llevándonos a tiro limpio. Feliz navidad.