Las protagonistas de esta historia real se llaman, supongamos, Elena y Sara. Elena tiene 44 años, es aragonesa y llevaba cinco años intentando adoptar una niña. A finales del pasado año por fin lo consiguió. Desde entonces ella y su pareja tienen una hija nepalí llamada Sara. La nueva madre sufrió una lenta agonía de trámites burrocráticos, tanto en España como en
A principios de diciembre salió una ilusionada expedición de Zaragoza, rumbo a Katmandú. Tras un interminable viaje llegaron al suelo que les permitiría abrazar a sus niñas. Desgraciadamente a los pocos días ese sueño tornó en pesadilla debido a la burrocracia, en este caso española. Una asistente social de
Joaquín, su pareja, pidió un permiso extraordinario en el trabajo para poder irse en vísperas de Nochebuena a Katmandú, y así poder estar junto a su mujer y su niña, en unas circunstancias muy distintas de las que hubieran deseado. Por cierto, no rodó ninguna cabeza pese al incalculable perjuicio, tanto personal como económico, que supuso para todas las parejas que, como Elena y Joaquín, sufrieron la incompetencia, desfachatez, inoperancia, morro, indolencia y abulia de la esquiadora metida a servidora social. Pero como dicen que bien está lo que bien acaba, pasaron página y hoy son los padres de una niña a la que bautizaron la pasada primavera.
Desgraciadamente ayer se enteraron de que Sara padece una lesión cerebral. El pediatra de
1 COMENTARIOS:
Casos de estos hay muchos, por desgracia. Los trámites de adopción son eternos pero, eso sí, siempre que sean un ciudadano de a pie que pagas, como todo hijo de vecino, la cantidad bestial que exigen. Pero, ¡oh!, cuando eres Pitita Ridruejo, la baronesa Thyssen o la Pantoja, entonces sales con el niño o la niña bajo el brazo a la semana, y con la mejor salud que el bebé o bebés puedan tener para su futuro. Hasta en eso hay y habrá clases, por desgracia. No sé cómo se puede jugar con los sentimientos de la gente de esa forma.
TANA
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