Cuando en España se hacía televisión, la carta de ajuste era la cortinilla catódica tras la que se cocinaba a fuego lento una programación que paliaba la precariedad de medios con ilusión y talento. Igual que hoy, que estamos llevando el ecologismo a tal grado de sofisticación, que reciclamos la basura para convertirla en televisión, como dijo Woody Allen. En aquellos tiempos de carta de ajuste y UHF, los peques éramos facturados a la cama con Calimero (y los más tarras con la familia Telerín). Nunca acabé de entender por qué entonces los mayores se quedaban hasta el final de la emisión, si siempre acababa igual: los acordes del himno nacional acompañando unas imágenes sin calcinar de la bandera española y
A medida que la democracia fue abriéndose paso entre Tejeros y Rumasas, TVE aumentó sus horas de programación, para regocijo de los adoctrinadores de masas y cabreo de quienes veían las teles por detrás. No debemos olvidar que la paulatina desaparición de la carta de ajuste complicó la tarea de los servicios de asistencia técnica, pues fue creada para facilitar el trabajo a quienes por cambiar un condensador del viejo Telefunken te cobraban 12.000 pesetas de las de entonces y la voluntad. Ahora, los nuevos ventanos de diseño y extraplanos, como nuestros culos y nuestras almas, son tan inteligentes que se ajustan solos, aunque se averían igual. La única gran ventaja es que ya no hace falta hacerse un braguero en una ortopedia de la calle Carretas tras transportar uno de ellos.
Como actualmente se está imponiendo
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