: Verdad, Bondad y Belleza

viernes, 19 de octubre de 2007

Desde hace décadas la miseria al por mayor crece entre incineradoras, vertederos y escombreras. Los parias de la tierra que genera Madrid suelen acabar en el mayor terreno ocupado ilegalmente de toda España. Allí no existe la propiedad privada, ni los impuestos, ni tan siquiera los concejales. Como no todo iban a ser buenas noticias, la Cañada ha acabado siendo el mayor hipermercado de la droga de toda la Comunidad de Madrid, con decenas de narcos que se han instalado en chalets a tutiplén. La pacífica ciudad sin ley de antaño se ha convertido en la mayor concentración de drogadictos por metro cuadrado del país, como consecuencia del desalojo del poblado de las Barranquillas.

Según denuncia la Gerencia de Urbanismo, cada tres días surge una vivienda nueva en la Cañada. Pero la propia Administración, paradójicamente, es quien más incumple la ley. Al parecer estaría prohibido que unos 4.000 camiones la atraviesen diariamente o que se pueda verter nada allí. A mediados de los noventa la Comisión Europea calificó la Cañada Real como “un delito ecológico sin precedentes en el continente”. Y nosotros, ciudadanos de a pie, podríamos calificarla también como “el poblado de la injusticia”, y no sólo porque allí se incumpla la ley cada minuto.

Los informativos en televisión están poniéndose las botas con las espectaculares imágenes que están grabando a diez kilómetros del Pirulí. Probablemente alguno de los talentos de TVE que está recortando la plantilla, pero no su propio sueldo, esté planteándose suprimir la corresponsalía en Oriente Medio, que sale por un pico. Bastaría con mandar a la Cañada a Agustín Remesal con el abono transportes y un casco quitamultas, que de la ambientación ya se encargan los lugareños y la policía. La violencia está siendo el gran reclamo para los medios de comunicación, pues vende más una pedrada de moro que una china de hachís.

Bajo ese ambiente prebélico más propio de Gaza que del extrarradio de una capital europea, subyacen dos dramas ante los que solemos mirar hacia otro lado. Por una parte la pobreza, pues sus habitantes son la escoria de una sociedad que pretende depurarlos junto a una incineradora. Y por otro la delincuencia y la drogadicción, consecuencia directa de la citada miseria. Aun así, sus desesperados habitantes están dando a todos los telespectadores una sobrecogedora lección de solidaridad. Un concepto que para ellos todavía conserva intacto su auténtico significado. Nosotros podemos seguir votando a la presunta izquierda, leyendo El País o Público, declarándonos progresistas e insultando a Bush y a Aznar. Pero mientras la indigencia siga creciendo en nuestras cloacas, suplico que ningún hipócrita me hable solemnemente de igualdaz o solidaridaz, que cambio de canal.

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