Quienes me conocen bien saben que yo, hasta hace pocos años, fui un valedor de Madrid por donde quiera que fuese. Era como Gallardón pero sin casco, tijeras y comisiones. Me gustaba mi ciudad a pesar de todos sus inconvenientes, especialmente dos de ellos: el tráfico y su contaminación (más conocida como boina de mierda). En cambio, en los últimos años he comprendido que esta ciudad se ha desbordado. Cualquiera que lleve bastantes años viviendo aquí sabrá lo que quiero decir. La llegada masiva de inmigrantes que inunda la ciudad está siendo letal. Lo digo como lo siento, y aunque afirmarlo sea políticamente incorrecto y contrario al progresista talante oficial. Si éramos pocos parió la abuela que teníamos en el extranjero, y toda su prole se ha venido para acá. Conclusión: aquí ya no cabemos.
En Madrid, hasta hace sólo cinco o seis años, podías caminar por las aceras sin emular los eslalons de los Fernández Ochoa. Desde entonces, resulta imposible dejar de sufrir las consecuencias ineludibles de la impenetrabilidad de la materia entre los peatones. ¿Sabías además que en algunas estaciones de Metro hay empujadores, como sucede en Tokio? Viajar en el suburbano en hora punta es sentirse tratado como ganado. Eso sí, ganado con alfiler de corbata y tacón de aguja, una alta costura prensada al vapor. En cambio, los dos tratantes de ganado con coche oficial de la capital y la Comunidad, nos venden a diario una burra desdentada. Y ésa no es otra que asegurar que aquí se vive como en ningún sitio (ahora más que nunca porque se acerca el único momento cuatrianual en que el ciudadano importa). Supongo que hablarán de sí mismos, lo cual nadie en su sano juicio pondría en duda. Sin embargo la señora presidenta incluso ha llegado a quejarse de no llegar bien a fin de mes. A otro cerdo con esa bellota.
El pasado fin de semana tomé en la Comarca del Sobrarbe la dosis anual de vida social que recomienda la OMS. Recomiendo al lector por su fascinante diversión, hacer de vez en cuando pero sin abusar, un estudio ‘zooantropológico’. Pero a lo que iba. He recorrido durante dos días a pie y en coche sus deslumbrantes paisajes. Allí he comprendido cómo estos tratantes de ganado disfrazados de próceres madrileños nos toman el pelo. Nos han encerrado en una ciudad en la que es un lujo vivir, pero no por su calidad de vida sino por su precio. Y lo que es peor, parece que no tuviésemos escapatoria porque casi todo el trabajo se aglutina aquí. ¿Por qué en esta era de la globalización internáutica se siguen localizando las grandes empresas sólo en Madrid o Barcelona? Pues porque Vicente va a donde va la gente. Podría tener sentido esa centralización hasta hace pocos años, pero ahora ya no lo tiene.
Parece evidente que la capital de los ministerios está colapsada, basta ver sus carreteras y sus distintos transportes públicos. ¿Acabará produciéndose un movimiento de retorno a las provincias que se abandonaron hace décadas? Ése debería de ser el futuro: volver al campo o al menos a lasciudades pequeñas. Así los que quisieran podrían, por ejemplo, cuidar el ganado y no maltratarlo, como en cambio aquí hacen con nosotros Esperanza y Gallardón.
2 COMENTARIOS:
A mí se me arrimó el pasado viernes un empujador oficial, y me acordé de toda la familia de Gallardón, porque la del pobre empujador no tiene la culpa de que le paguen una miseria de salario para hacer un trabajo tan aberrante.
La vida en los pueblos es mucho más sana aunque algunos la tachen de aburrida. Llegará el día en que muchos ansiarán un retorno a esa tranquilidad que tanto se ha tildado de provinciana y retrasada. Tiempo al tiempo. TANA.
Publicar un comentario