En el libro inacabado de nuestras vidas, todos hemos protagonizado algún capítulo en las urgencias de un hospital. Ayer me tocó en suerte uno de esos episodios, siempre desagradable. Cómo no reconocer esas sensaciones de piernas pesadas y lumbago, ronquidos que dentadura asoman, relojes que no avanzan e incertidumbres que no paran. En la sala de espera nos observamos unos a otros, muchas veces con la mirada perdida, y otras con los ojos hacia arriba, como si pudiésemos escuchar mejor la megafonía por elevar nuestra mirada. Frascos de orina en la mano, brazos desnudos con una tirita, sillas de ruedas que entran y salen sin parar, desfile de vehículos de baja cilindrada sin patrocinadores guiados por unos zuecos blancos. Y llevamos ya dos horas y no nos llaman.
En esas salas de espera ves al padrino de boda con el puro en el bolsillo de una americana dos tallas menor; la niña que se ha partido el único incisivo que le quedaba sano tras probar una ley de Newton; el corrillo de hombres comentando lo de Messi; la pareja adolescente con cara de profiláctico demasiado barato; y ese par de mujeres enemigas de los foniatras, que se deleitan comentando las cicatrices que adornan sus cuerpos, cual toreros retirados ante un vaso de manzanilla. El murmullo hace sordo al de un bar, salvo cuando la megafonía anuncia las gracias de los enfermos informables. Sólo algunas personas, que parece que hubieran ido allí a pasar la tarde o supieran que lo suyo es de poca importancia y les va a tocar esperar, se muestran impasibles ante la voz femenina que con voz nasal empieza a cantar los nombres de los enfermos. Es como un bingo de batas blancas en el que esperamos que salga la bolita que queremos para dar un bote en el asiento, mientras los demás siguen esperando que haya más suerte en el próximo cartón.
Pero las Urgencias no son un juego, sobre todo para los profesionales que tienen que atender a tantos miles de enfermos ansiosos por ser examinados. Son gente joven, están empezando, y en ningún sitio como éste podrán aprender no sólo su especialidad, sino también de seres humanos. Resulta admirable que los mayores enemigos de la muerte, pues habitualmente salen victoriosos de su pelea diaria contra la parca, tengan también esa capacidad humanitaria para comunicarles a los pacientes buenas noticias, y a veces no tan buenas. Ellos no tienen la culpa de que las Administraciones prefieran robarnos jugando al Monopoly a mejorar la Sanidad, un derecho fundamental de
4 COMENTARIOS:
Por desgracia, yo también he acudido en numerosas ocasiones a Urgencias, y no sólo en esta ciudad. Jamás se me olvida el buen trato que siempre me han dado los médicos y enfermeras, aunque la espera haya sido demasiado larga siempre pues la ansiedad que te carcome por tí mismo o por el familiar con el que vas sea insuperable. Es una labor muy dura la de esos profesionales, y creo que jamás se les agradecerá en la justa medida. TANA.
Mi hermana es medico pediatra y cuenta que muchas veces, la gente acude a las urgencias por tontadas, impidiendo que a la gente que está grave se le pueda atender bien. La Seguridda Social deberia estar mas apoyada porque el gobierno, mande quien mande no da el suficiente dinero. Luego, todo esta saturado y nos quejamos - PIRULO15
No todos los medicos de urgencias saben lo que hacen.A lo mejor es porque son nuevos. Yo ya llevo 3 demandas contra el 12 de octubre por negligencia medica.La mas fuerte, la de mi madre que tuvo una operacion de rodilla y le operaron la contraria. No creo en los medicos aunqeu, si el caso es grave, hay que acudir a ellos. No por eso evitaran que te mueras pero, al menos, intentaran retrasarlo ... Un saludo
Gracias por vuestras respuestas. A la persona que ha dejado el comentario anterior a éste, antes de nada decirle que lo siento mucho. Obviamente errores médicos muy graves se producen y hay que denunciarlos, pero afortunadamente son casos excepcionales.
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