“¿Qué tal las Navidades? ¿Bien, o en familia?” es uno de los chascarrillos clásicos con que se suele adornar el graciosete de la oficina el día dos de enero. En innumerables ocasiones, los publicistas también han tirado de las siempre entrañables relaciones familiares para vendernos el producto de turno. Recuerdo el spot de una comida navideña en que un cuñado le restregaba a otro su nuevo móvil de última generación, ante la atónita mirada del resto de su tribu. ¿Quién no ha vivido situaciones como ésa en las mesas familiares?
Los favoritismos siempre han existido, incluso en las mejores familias, sobre todo en éstas. Mientras creces aprendes una máxima: dependiendo de quién sea el pecador así será juzgado el pecado en la familia. Si la nieta favorita ha quedado preñada por el novio, el comunicado oficial dirá orgullosamente que de tanto amor Dios ha querido que el fruto llegara antes de temporada. Si es niña se llamará como la abuela y la madre, y si es niño ya veremos. Pero si la embarazada no es la nieta favorita, arreciarán sobre ella todo tipo de reproches clandestinos, incluso sugerencias de una clínica que acabó con el problema de la hija de la vecina por un buen precio. Por supuesto, esta chica quedará eternamente estigmatizada por haber mancillado el honor familiar, para desgracia de su prole y para fortuna de su psiquiatra.
Otro clásico son las competiciones por las notas escolares de los niños. Si los nietos favoritos, normalmente los hijos de la hija, son brillantes estudiantes, seremos puntualmente informados de las hazañas académicas de esos vástagos. Pero si resulta que son más tontos que un cerrojo, tanto como para asegurar que tenemos cuatro anginas (las dos de arriba y las dos de abajo) sin eximente etílico alguno, tendrás que escuchar alabanzas por las medallas de latón ganadas en las carreras escolares consistentes en dar cuatro vueltas al patio. Como te descuides y no te hagas el dormido, a lo mejor hasta te ensalzan los inigualables resultados de sus adolescentes analíticas de sangre y orina. Eso sí, tienen la decencia de no enseñarte las muestras, más que nada porque acabamos de comer.
Otra vuelta de tuerca. Si el nieto favorito te sale partidario, es un suponer, de Mussolini y Franco, con la bandera del yugo y las flechas presidiendo su habitación del pánico, te dicen que es un niño y que no tiene importancia. Si para colmo cometes la imprudente osadía de considerar inapropiado que tenga en su cuarto los retratos de dos genocidas, te responden que otro nieto tiene en su habitación un poster del Ché y no pasa nada. Con un par. En cualquier caso, nada de lo escrito en este artículo es equiparable a las innumerables anécdotas alumbradas por el personaje familiar por antonomasia: la suegra. Esa mujer a la que todos consuelan el día de tu boda con otra gran frase lapidaria para la historia: “No ha perdido una hija, ha ganado un hijo”. Pero la suegra ya merecerá otro artículo, o incluso una enciclopedia entera.
4 COMENTARIOS:
Me parece genial tu artículo. Me he reído muchísimo porque las familias son así, todas, sin excepción. Yo no tengo, por fortuna. Era muy escasa pero, debido a las barbaridades que tuve que vivir con los pocos miembros que quedaban, decidí renunciar definitivamente a ellos. Ahora me considero venida del espacio. Suena a locos, pero prefiero estarlo a tener que enfrentarme con semejantes especímenes de los cuales, por desgracia, llevo la misma sangre, aunque estoy mirando de hacerme una trasfusión integral de la misma en breve. Gracias por hacerme reír un rato. TANA
¡Ah! y se me olvidaba: dedícale un buen artículo a las suegras, como dices, que tengo ganas de reírme un poco más. Es que también he conocido a una que es la leche. TANA.
Hilarante su artículo, Fernando. Divertido y realista, porque nadie en este mundo se libra de las interferencias familiares ni tampoco de los conflictos que conllevan. Profesor Sibelius
Celebro mucho que os haya gustado el artículo. Gracias por vuestras generosas palabras.
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