Togados de grana y oro : Verdad, Bondad y Belleza

viernes, 20 de abril de 2007

Togados de grana y oro

En una de sus grandes obras, Shakespeare puso en boca de uno de sus personajes la siguiente frase: “La primera cosa que haremos será matar a todos los abogados”. Como hay que ser pacifista y el homicidio está penado gravemente por la ley, mejor vamos a obviar esa opción. Me imagino que muchos de vosotros habréis sufrido una mala experiencia con un abogado. Vaya por delante que supongo que los habrá honrados, pues serán como las meigas. Pero creo que vivir del delito ajeno, acaba contaminando a muchos de ellos hasta convertirlos en unos delincuentes más, eso sí, de alta alcurnia. No hay que olvidar que el delincuente común, y qué decir del asesino, siempre ha tenido cierto prestigio, y más ahora, que son publicitados continuamente por televisión.

Los abogados son llamadas sin responder tras haber cobrado los pingües honorarios por adelantado. Son peroratas tan interminables como huecas prometiendo recursos a lágrimas desconsoladas en el pasillo del juzgado. ¿Qué se puede esperar de un gremio que vive de los conflictos ajenos? Lo habitual es ver cómo los abogados complican y retuercen los casos hasta el descoyuntamiento, para así sacarles el mayor jugo, y por ende a sus clientes. Los españoles, que solemos ser bajitos, renegridos y de fácil cabrear, somos presa fácil para las sanguijuelas del dolor humano, que a menudo se escudan tras sus secretarias para que sean ellas quienes sufran las iras de lo banderilleados clientes.

Y es que la relación letrado-cliente siempre ha sido similar a la de torero-toro. Al principio siempre promete, todo pulcro, hacer una buena faena. Después lo va toreando ambidiestramente lo mejor que puede, siempre guardando las distancias. Cuando ya lo tiene reventado, lo remata. A veces limpiamente a la primera, y otras le hace falta una segunda o tercera oportunidad, pero siempre insensible al sufrimiento ajeno. Y cuando por fin ha terminado la faena, espera impertérrito que lo saquen a hombros, independientemente de lo diestro que haya estado. Por último, cómo obviar que su mejor representante siempre es su propia familia, que desinteresadamente te alarga una tarjeta de visita de estos maestros, en versión rufianesca y de letras, del arte de Cúchares.

Capítulo aparte merecerían los procesos de separación matrimonial. Con la llegada del divorcio express se anunciaba un recorte en los plazos del pleito, cuando en realidad ha servido básicamente para que más gente muerda el anzuelo. Así se han multiplicado los divorcios, hasta alcanzar cifras escandalosas, para mayor enriquecimiento de estos togados de grana y oro. Grana, de la sangre de sus víctimas-clientes, y oro, del dinero expoliado a las mismas. Y que no se te ocurra la infeliz idea de denunciarlos ante el colegio de abogados, pues además de sufrir las consecuencias de su feroz corporativismo, es probable que vayas a por lana y salgas trasquilado.

Por eso, amigo lector, piénsatelo mil veces antes de meterte en un pleito judicial, pues puedes acabar llevando el politono de El gato montés. Sabrás cuándo vas a entrar pero no cuándo saldrás, ni cómo. Igual que en las rebajas de El Corte Inglés. Ya lo decía Napoleón: “Interpretar la ley es corromperla. Los abogados la matan”. Como tampoco tiene desperdicio la sabia y tradicional maldición gitana: “Que tengas pleitos y los ganes”. Siempre hay que volver a los clásicos. Ellos sí que son de ley.

2 COMENTARIOS:

Anónimo dijo...

Hasta ha habido toreros que han rematada a las reses que se resistían a morir bajo sus estoques, a pistoletazos. Recuerdo contemplar esa situación hace muchos años en una plaza de toros española. No es que quiera asociar el símil con los abogados, pero como bien dice usted, es el peor gremio que puede existir. Especuladores, ladrones de guante fino e incompetentes, pero comporativistas hasta decir bata. Mejor mantenerse alejados, créame. Profesor Sibelius

Anónimo dijo...

Las anomalías de mi suegro con el abogado que le ha gestionado el divorcio han sido tan espeluznantes que sólo puedo decir que, generalizando sí o sí, todos los abogados son unos sinvergüenzas. No se salva ni uno, sobre todo la justicia en general. Así de claro. TANA